FROYLÁN ALFARO
El amor al destino, o amor fati como se diría en latín, es esa aceptación incondicional de todo lo que la vida nos trae. Pero ¿qué significa realmente amar nuestro destino? ¿Acaso implica resignarse ante lo inevitable o aceptar pasivamente cada hecho, como si no tuviéramos voluntad? No, amor fati es algo más sutil y, si bien no nos pide que aplaudamos cada evento doloroso, sí nos invita a mirarlos con una perspectiva diferente, como si cada circunstancia tuviera un propósito en el entramado de nuestra vida.
Imagine, querido lector, a alguien atrapado en un embotellamiento mientras se dirige a una entrevista importante. Podría maldecir el tráfico, lamentarse por la mala suerte o angustiarse por lo que está fuera de su control. Pero alguien que practica el amor fati respira hondo y, aunque no necesariamente disfruta de la situación, la acepta como algo que forma parte de su experiencia. No se evade del momento ni se desgarra intentando cambiarlo, sino que encuentra serenidad en su propia respuesta. En lugar de pensar en lo que “debería ser”, concentra su atención en lo que “es”, viendo en ese instante una oportunidad para aprender paciencia o reflexionar sobre su propio impulso de control.
El amor al destino no se trata de romantizar el sufrimiento, sino de comprender que todo lo que nos sucede, de alguna forma, contribuye a quienes somos. Pensemos en las relaciones amorosas que terminan. La primera reacción suele ser resistirse: ¿cómo no hacerlo cuando algo tan importante parece escaparse de nuestras manos? Pero, para alguien que ha abrazado el amor fati, la ruptura no es simplemente una tragedia personal, sino una experiencia con un significado propio, un proceso de crecimiento. Aceptar este dolor como parte integral del viaje que forma nuestra vida es un acto de sabiduría, una forma de ser conscientes de que incluso los episodios difíciles tienen un valor, que somos más completos y sabios porque hemos experimentado la pérdida.
El filósofo Nietzsche afirmaba que la vida cobra un sentido especial cuando la vemos no sólo como una serie de eventos casuales, sino como un relato del cual somos protagonistas. Es decir, en el amor fati encontramos una manera de ver nuestra historia como algo que no solo soportamos, sino que asumimos con orgullo. ¿Y acaso no es así con todo lo que amamos? La familia, por ejemplo, nunca es perfecta y cada miembro puede tener sus defectos; sin embargo, los aceptamos como son porque en el amor aprendemos a ver en sus imperfecciones algo entrañable. El amor al destino nos sugiere adoptar esa misma actitud hacia nuestra propia vida: aceptar cada capítulo, incluso aquellos que preferiríamos olvidar, porque sin ellos no seríamos quienes somos.
Quizá el aspecto más desafiante del amor fati es aprender a amar no sólo los momentos de éxito y alegría, sino también los de incertidumbre y dolor. Cuando enfrentamos un fracaso o una situación que nos hace cuestionar nuestras decisiones, es natural resistirnos. Pero si logramos mirar estos momentos desde la perspectiva correcta, podremos decir: “esto también es parte de mi historia, y la acepto”. Aquí es donde encontramos el verdadero poder de esta idea: en lugar de vivir como si ciertos eventos fueran “errores” o “desperdicios”. El amor fati nos dice que cada experiencia es un ladrillo en la construcción de nuestra existencia, de nuestro ser. Cada pequeño paso, incluso los que nos desvían, tiene un lugar en nuestro camino.
Aceptar el destino no significa renunciar a mejorar ni dejar de luchar, sino más bien aprender a reconciliarnos con lo que no podemos cambiar y aprovecharlo. Es decir, en lugar de preguntarnos ¿por qué me pasa esto a mí?, podríamos preguntarnos ¿qué puedo hacer con esto? Éste es el espíritu del amor fati: hacer de cada experiencia, incluso las más difíciles, algo significativo y valioso. Como dijo Nietzsche: “quiero aprender cada día a considerar como bello lo que de necesario tienen las cosas…”
Amor al destino es ser responsables de nuestra historia y vivir en armonía con lo inevitable. Y al final, al mirar atrás, veremos no una vida accidentada o fragmentada, sino una obra en la que, como toda buena historia, cada acontecimiento ocupa un lugar necesario. Entonces, querido lector, ¿cómo miras tus días? ¿Estás dispuesto a abrazar cada instante como algo que forma parte de ti, amar tu destino, tal como es?