ENRIQUE GARRIDO
Desde el Código de Hammurabi hasta las constituciones modernas, el derecho ha funcionado como un mapa para organizar la convivencia, regular el poder y proteger derechos. Pero sería ingenuo olvidar su lado oscuro. También ha servido para vengarse, despojar y apropiarse con todas las bendiciones de un sello notarial. Como cualquier herramienta humana, depende de quién la use y con qué propósito.
En mi vida laboral y personal he conocido a abogadas y abogados que se mueven en un espectro amplio: desde defensores genuinos de derechos humanos hasta los Lionel Hutz mexicanos, esos litigantes que parecen creados para perder, pero con un estilo tan peculiar que uno casi les agradece el desastre. Y, como no podía ser de otra manera, parte de mis referencias jurídicas no vienen de tratados de derecho, sino de series animadas. Entre ellas, la célebre Defensa Chewbacca de South Park.
En el capítulo trece de la segunda temporada, Chef demanda a Alanis Morissette por la canción “Bragas sucias” (una parodia directa del caso O. J. Simpson). El abogado contrario, en vez de argumentar sobre el tema, se dirige al jurado con una perla retórica: ¿Por qué Chewbacca, un wookiee de 2.5 metros, viviría en Endor con ewoks de 60 centímetros? Nada que ver con el juicio, pero lo bastante confuso como para nublar el sentido común de cualquiera. Más allá de lo cómico, la escena expone una táctica real: saturar de absurdos para que el fondo del caso quede irrelevante.
Este es el tipo de humor corrosivo que Trey Parker y Matt Stone crearon el 13 de agosto de 1997 y que ha sobrevivido más de un cuarto de siglo, alcanzando la temporada 27. Su regreso no podía llegar en un momento más oportuno: el segundo mandato de Donald Trump, marcado por un endurecimiento radical de la política migratoria y de ICE. En la vida real, eso significa redadas masivas, detenciones exprés, expulsiones aceleradas, jueces “persuadidos” para cerrar casos, arrestos de inmigrantes fuera de tribunales y tentativas para legalizar el perfilamiento racial. Todo ello acompañado de órdenes ejecutivas con implicaciones militares en México. Organizaciones como ACLU y Human Rights Watch califican estas políticas como un retroceso brutal en derechos civiles y humanos, mientras múltiples litigios intentan frenarlas.
En el universo de South Park, esta realidad se traduce en imágenes aún más grotescas: Trump emparejado con Satanás, replicando la relación que el mismísimo príncipe de las tinieblas tuvo en la serie con Sadam Hussein. Y como guinda, la insinuación de que el expresidente tiene un diminuto aparato reproductor. Aquí entra la Small Penis Rule. Una táctica narrativa que introduce un rasgo humillante para que el aludido evite demandar por difamación, explotando su pudor. No es un principio legal, pero es un escudo de ego tan eficaz como cualquier cláusula contractual.
La broma, sin embargo, es mucho más sofisticada si se le mira con las gafas de Jean Baudrillard. El filósofo veía en Disneylandia un simulacro, un lugar que finge ser ficción para ocultar que lo “real” también es una puesta en escena. En este sentido, Disneylandia es hiperrealidad: un mundo más “real” que la realidad, lleno de copias sin original y de mitos presentados como verdades.
South Park opera igual. Su animación torpe y exagerada no busca distanciarse del mundo que retrata, sino señalar que ese mundo —especialmente la política trumpista— ya es un guion absurdo. La serie no maquilla la verdad: la devuelve como lo que siempre fue, una construcción artificial. Así, la sátira deja de ser una deformación cómica para convertirse en un espejo que refleja, sin filtros, lo grotesco de lo real.
Al final, lo inquietante no es que South Park caricaturice a Trump o a la política migratoria, lo inquietante es que uno pueda encender las noticias y encontrar diálogos que, sin cambiarles una coma, podrían ir directo al guion. Como diría Baudrillard, la frontera entre la realidad y la ficción ha colapsado. Y tal vez por eso necesitamos de vuelta a South Park, para recordarnos que el artificio no oculta la realidad, sino que la desnuda… y le dibuja orejas de Mickey.