ENRIQUE GARRIDO
A los niños de mi generación les deba miedo el Coco, ahora sé que no hay que temer, pues al Coco le da miedo venir al Estado de México. Y es que ser mexiquense está muy cerca de ingresar al Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales DM-5: tráfico, baches, inundaciones, transporte público, delincuencia, corrupción, topes inteligentes para conductores tontos, frío y lluvia, mucha lluvia.
El estado sin nombre, porque todos son estados de México, es, a ratos, un estado mental parecido al que describe Kundera cuando habla de la insoportable levedad de existir: todo parece flotar sin peso. Uno imaginaría que los únicos deprimidos son los que esperan el camión a las seis de la mañana, los que deben caminar largos tramos, estudiantes sin apoyos, foráneos, godines, locatarios, ambulantes, servidores públicos, columnistas…, pero no, los números dicen que también hay bebés que apenas balbucean y ya están en la estadística.
Lo grave no es el termómetro, sino el ánimo. Porque vivir aquí no es sólo abrigarse, es cargar con una nube invisible que, al parecer, ya no distingue entre adultos y niños. De acuerdo con el Instituto Mexiquense de Salud Mental y Adicciones, la depresión y ansiedad no sólo aqueja a poetas y columnistas, sino que ya hay bebés de uno a siete años diagnosticados con ansiedad: dos en Ixtapaluca, uno en Naucalpan, otro en Neza, uno más en Nicolás Romero y otro en Valle de Bravo. Seis criaturas cuya salud mental debería depender de la presencia los monstruos debajo de la cama y no a la vida misma.
La ansiedad infantil no es berrinche ni capricho, es insomnio, llanto, tristeza persistente; como si a los siete años ya te hubiera tocado pagar predial, deber la hipoteca, pasar un divorcio. Pareciera que la infancia en el Estado de México fuera como un golpe de Dios en la cara, pues el panorama no mejora con la adolescencia; se cuentan con siete consultas diarias por depresión o ansiedad en mexiquenses de 12 a 17 años. ¿Qué futuro les espera a los que apenas están aprendiendo a conjugar verbos y ya deben saber conjugar crisis?
El miedo que inspiraba Freddy Krueger en A Nightmare on Elm Street era que atacaba en los sueños, donde nadie podía salvarnos, donde somos vulnerables. Justo es uno de los aspectos donde se ven más afectados los jóvenes mexiquenses, y me temo que a nivel nacional es similar, ya que de acuerdo con la “Escala de Depresión” del Centro de Estudios Epidemiológicos: “los problemas de sueño son los más frecuentes entre adolescentes: 7.3 por ciento declaró que los padeció un número considerable de veces y 20.3 por ciento, todo el tiempo o la mayor parte del tiempo. Este fenómeno afecta el desarrollo, perjudica el desempeño escolar y conlleva altos niveles de estrés”.
Hoy, la ansiedad ataca en la mente, en el alma de los pequeños, viven con una herida sin cuerpo, un malestar sin carne. ¿Cómo ayudarles a no sentirse así, cuando los adultos tampoco sabemos cómo evitarlo? El mismo Centro apunta que “la salud mental es la base del bienestar general de la persona; de ella dependen varias capacidades como pensar, sentir, aprender, manejar emociones, establecer relaciones sociales y contribuir al bienestar”. Con una economía siempre en crisis, lo que le heredaremos a las siguientes generaciones será aquello de los que más tenemos: trastornos mentales, tristeza, soledad, aislamiento, levedad.
El Estado de México es mental, es ser arrojado a una condición de nubarrones. Y parece que la infancia mexicana está entrando en él sin siquiera haber jugado al doctor. Los niños y las niñas ya no aspiraran a súperpoderes como volar o fuerza, sino a la tranquilidad, la paz interior, la alegría. Lo trágico no es que las lluvias duren todo el año, sino que el frío se haya instalado en el alma de los niños, de donde ni siquiera nosotros sabemos cómo sacarlo.